miércoles, 10 de octubre de 2007

Día de reyes

Lo cierto es que tengo muy pocos juguetes en Pamplona. Todos mis recuerdos de infancia están esparcidos por mi habitación, y aquí sólo tengo unos pocos regalos y algún peluche. Pero los suficientes como para montar una historia.
El día 6 de enero es un día especial para mucho niños. Y para mí también. El hecho de tener primos pequeños da una dimensión totalmente distinta al día de reyes. Es una noche de no dormir, de quedarse en el sofál, delante del zapato con el plato de leche y las galletas al lado. El sueño se apodera de los mayores mientras nosotros, los niños, nos quedamos mirando al cielo en busca de alguna estrella mágica que nos baje nuestros sueños. Pero el sueño empieza mucho antes.

Empieza cuando recuerdas los ratos sentada delante de la casita de muñecas, con una cinta de fondo que no correspone a la tierna edad y que ni siquiera entiendes. Pero que te agrada esuchar.
Empieza cuando suena esa timbre ya gastado por los años del triciclo que se quedaba en casa de la abuela, en el garaje, esperando a que alguien lo sacara a la calle a dar un paseo.
Empieza cuando en el fondo de un baúl de metal encuentras una pegatina de esas que eran intercambiables, con imágenes de películas de dibujos animados, héroes de antaño.
Empieza cuando tarareas una canción en un anuncio de juguetes, melodías que quedaron en la mente sin ocupar espacio mas que en el corazón.
Empieza cuando toca montar un barco de plástico repleto de piezas pequeñas, de esas que las cajas advierten que son peligrosas para los menores de tres años.
Empieza cuando te paras frente a un escaparate a admirar las torres de muñecos, cada uno mirando directamente a esa niña que está a tu lado y que no es capaz ni de pestañear frente a tal espectáculo.
Empieza cuando de pronto te das cuenta que en un centro comercial, en mitad de un gran barullo, hay un niño sentado en el suelo, mirando fijamente una pantalla en la que ponen una película de las de Disney (pero no de las de ahora, sino de las de antes).
Empieza cuando el primo más pequeño llama el día de reyes para contar que se ha caído del patinete que le han echado los reyes magos, describiendo todas y cada una de las volteretas que ha dado y las heridas que eso ha causado, como si fueran heridas de guerra y hubiera vivido la mayor aventura de su vida.
Empieza cuando me doy cuenta de que aún sin ser ya una niña, me gusta sentirme como tal. Y jugar al escondite o creerme una princesa frente al espejo cuando nadie mira.







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